Un REGALO de Dios, que transforma el corazón y la vida


Queridos hermanos y hermanas de la Comunidad Parroquial de Nuestra Señora de Lluc,

Aunque no nos conocemos, formamos parte de la familia de la Iglesia. Me han pedido compartirles “algo” de mi experiencia misionera durante 29 años en Centroamérica (Guatemala, El Salvador…) y Ecuador. Un regalo de Dios, que transforma el corazón y la vida. Resulta difícil escoger, así es que van algunos “ramalazos” espontáneos.
La experiencia misionera cambia la mirada, los valores, las necesidades, la vida… Todo cobra nuevo valor:
-Un lápiz, una goma, un cuaderno, un libro, una pizarra,… UNA ESCUELA
-Una aspirina, una vacuna,… UN DISPENSARIO
-Una pelota, una cuerda, una fiesta,… ALEGRÍA Y SENTIDO DE SER COMUNIDAD Y COMPARTIR.

No solamente por el valor en sí (al regresar a España y ver tantas cosas en los contenedores…!) sino por lo que suponían de desarrollo de muchas personas, una comunidad (adultos, niños, comunidades…), con los medios más sencillos…, que tantas veces despreciamos o no valoramos.

De ahí la importancia de la solidaridad que tanto agradecen y valoran, para poder “crecer” en todo sentido y ser ellos los Promotores de la Fe, de Educación y Salud.

  • Encontré en las familias, comunidades y aldeas, ACOGIDA para el de fuera, SENTIDO DE FAMILIA, SOLIDARIDAD, HUMANIDAD. Por ejemplo, en el medio indígena, al encontrarte por el camino, el saludo (traducción literal del q’ueqchi): ¿Está contento tu corazón?
  • Sentimiento de ser Iglesia, Comunidad y de aportar cada uno parte de lo que podía, con un servicio desinteresado. Al final de la Misa o Celebración de la Palabra: “El martes, fulanito va a techar su rancho. A las 7 nos encontramos en su casa”. Y en una mañana tienen su casa y las mujeres preparan las tortillas de maíz. O bien, “fulanito está muy enfermo, hay que tratar de sacarlo hasta el Hospital más cercano” (1, 2, 3 horas cargándolo entre varios) y luego recolectar hasta el transporte donde había, y medicina si era necesario.

Viví el terremoto de Guatemala (25.000 muertos) en el año 1976. Primero en un pueblo donde no quedó nada en pie, en el pueblo y aldeas. Cientos de muertos y heridos donde pudimos vivir, por un lado, su firme Fe, a pesar de todo, su referencia y confianza total en Dios, a pesar de todo, el don de la solidaridad entre ellos y de fuera. “Ese que está aquí necesita más la menta que yo, désela a él…”.

Y la guerra de El Salvador, donde acompañamos material y espiritualmente en la Fe, la enfermedad, el dolor, la alimentación… quedándonos con ellos algunos días a la semana, incluso de noche. Más de 300 personas, sobre todo mujeres, niños y ancianos, sin salir del refugio durante 5 años, humana, material y espiritualmente en un refugio en el sótano de una Iglesia. Pidiendo “celebrar” la Navidad y preparando ellos una Pastorela y conseguir un sacerdote para celebrar la Eucaristía (más de una vez fue un padre Jesuita de los que luego mataron en la Universidad de El Salvador).

Quiero resaltar también el amor que tenían a la PALABRA DE DIOS, que forma parte de su vida. Cuántos han aprendido a leer por el gran deseo de leerla personalmente y meditarla y rezarla en comunidad. Diría que la Biblia y el machete estaban siempre en sus manos.

El-Buen-Pastor-Mausoleo-de-Galla-Placidia-La Comunidad reunida alrededor de la Palabra de Dios, buscando el querer de Dios para su comunidad y, a partir de ella, unirse para conseguir las mejoras: agua potable, escuela, dispensario… A la vez que preparándose para servir ellos como Delegados de la Palabra, Lectores, Catequistas, Ministros de la Comunión, Coordinadores de la comunidad, Promotores de la salud, Alfabetizadores…
En el Petén, Guatemala, en nuestra Parroquia había aldeas a las que sólo se podía llegar una, dos o tres veces al año, por la lejanía (por el río o caminando varias horas). Ellos llevaban la vida, formación, atención y celebración de sus comunidades.

Todo en Comunidad, en Iglesia, «alrededor del Pastor cercano con olor a oveja», como dice el Papa Francisco, reunidos laicos, religiosas, sacerdotes, con un objetivo común…  Es una experiencia de Iglesia que vale la pena.
Y la responsabilidad y formación de los laicos, en un proceso de preparación hombres, mujeres y  jóvenes en sus comunidades.

En fin es muy difícil transmitir la VIDA en las misiones. Y para todo ello, la importancia de la solidaridad de otros hermanos y hermanas de otros pueblos y países. Para ir haciendo juntos El Reino soñado por Dios.

Hermana Teresa Herrera de las Hermanas de la Asunción