RECUERDOS DE UNOS AÑOS DE ACTIVIDAD MUSICAL EN LA PARROQUIA VIRGEN DE LLUC


Me resulta muy agradable recordar el momento en que un pequeño grupo de feligreses de la parroquia, a medidos de diciembre de 1979, me llamaron solicitándome que les echara una mano: el favor consistía en que les ayudara en las celebraciones navideñas ejerciendo de “organista”.

La verdad es que no me resultó nada extraña aquella petición, dado que con anterioridad, durante un buen número de años, había desempeñado esta función acompañando al Coro de Niños del COP que solemnizaba la misa de los domingos a las 12:30 horas. Curiosamente, uno de los solistas de aquel grupo infantil a los que tuve la suerte de acompañar fue el P. Emilio Velasco Triviño, hoy Superior General de la Congregación de Misioneros de los Sagrados Corazones.

De manera que acepté encantado. Y tras unos pocos ensayos supimos sumarnos al proyecto mayores y jóvenes, órgano, castañuelas y guitarras, junto a alguna que otra pandereta y una botella de “Anís del mono”.

Desconozco si el resultado de la experiencia (visto desde fuera) resultó “novedoso”; pero (vivido desde dentro) yo lo valoro, con la panorámica que da el tiempo transcurrido, como “muy digno”. Al final de la Misa unos turrones y dulces, junto con una copita de champán, pusieron la guinda a aquella, para mí, inesperada Nochebuena.

Pero lo verdaderamente sorprendente vino después, tras el estreno del año nuevo y finalizar las fiestas navideñas. Otra vez, el mencionado grupo de feligreses vino a plantearme un nuevo proyecto. Ahora sí que la propuesta me planteaba un reto absolutamente desconocido por mí hasta el momento: se trataba de la creación de un “nuevo Coro” y de que yo asumiera la “dirección musical” del mismo. Sus componentes deberían ser mayores, jóvenes y niños, con algún o ningún conocimiento musical y con voz o sin ella…

Me pareció en principio algo sin pie ni cabeza; pero mi cariño hacia aquel grupo de excelentes personas me llevó a pensar en algún pretexto de peso para declinar su proposición. Como tampoco valió el que les pusiera como excusa el que carecía de experiencia en este terreno… para salir airoso, les propuse aceptar con una doble condición: 1) tendríamos que ensayar un día a la semana al menos durante una hora y media; y 2) yo permanecería en la dirección tan sólo el tiempo que durara el grupo.

Craso error. No estimé en su justa medida el grado de “aguante” de nuestra gente: De manera que estuve al frente del experimento 16 años; y lo bueno es que creo que todavía continúa el invento.

Mayores, niños, jóvenes, familiares, amigos, profesionales del canto y otros con una oreja en frente de la otra participaron con ilusión y entrega para engrandecer nuestro grupo, que en algún momento supero el número de los sesenta integrantes. Las relaciones y lazos de amistad se fueron multiplicando y consolidando. Varias parejas y matrimonios se gestaron al calor de este ambiente, entre ellos el mío. Lo que dio lugar a que la geografía del Coro cambiara y se adornara enseguida con la presencia de nuevos peques con sus respectivos carritos y juguetes.

Naturalmente que aquel trabajo musical de los sábados a las cinco de la tarde, mantenido en el tiempo, tuvo que dar sus frutos. Nuestras celebraciones gozaron de piezas clásicas de Bach y Haendel, entre otros. Obras de Tomás Luis de Vitoria, canto gregoriano y canciones modernas de los más prestigiosos autores de música religiosa del momento formaron parte de nuestro repertorio. Casi absolutamente nuestras intervenciones se ciñeron al ámbito de nuestra parroquia, pero excepcionalmente efectuamos algunas salidas en las Navidades: Hospital del Niño Jesús y Hogar del Anciano del arciprestazgo, entre otras.

Deseo ser breve para que otros componentes de nuestro coro den su versión, de manera que podamos tener una mejor perspectiva de aquel grupo que participó activamente en la vida de la parroquia Virgen de Lluc que ahora conmemora sus cincuenta años de andadura.

De aquella experiencia me restan unos recuerdos imborrables y un par de reflexiones que para finalizar comparto con ustedes.

  • Todos nos considerábamos imprescindibles en el Coro. Llegado el momento cada uno ocupaba su puesto en los tenores, bajos, contraltos, tiples o sopranos, en el órgano o en la dirección. Acabado el trabajo todos nos sentíamos iguales y amigos, con los que podíamos compartir un refresco, un vino o incluso charlar de nuestros problemas.
  • Nuestra aportación musical a las celebraciones parroquiales nos ayudó a vivir y compartir nuestra fe de una forma especial y con una mayor madurez.

Al final uno percibe con claridad lo maravilloso que resulta compartir nuestras cualidades con la gente. Y si se hace de corazón y de manera altruista uno recibe mucho más de lo que aporta.

A petición de su párroco, el P. José Ramón Echeverría Echecón, he redactado estas líneas, que aprovecho para agradecer de corazón y rendir homenaje a cuantos durante estos cincuenta años, y a través de múltiples actividades parroquiales, han sabido donar al prójimo lo mejor de sus vidas y sus personas. FELICIDADES.

Lorenzo